Introducción

Kuro Tenshi

El renacer de los sueños

Introducción: Bajo tus alas negras:


Anoche tuve otra vez ese sueño y no sé cómo interpretarlo. Estaba ahí, como siempre, mirándome desde la distancia. No sabía si temerle o confiar en él. Me miraba cabizbajo, ocultando su rostro bajo la oscuridad de la capucha que tenia puesta.


Sé que no me podía acercar a él aunque quisiera. Mi cuerpo no me dejaba, no se movía, sin embargo mi corazón quería, lo necesitaba. Lo peor es que sentía cosas que nunca he sentido antes y eso me daba más miedo aún si cabía.


Entre ambos había una tela transparente en la que se reflejaban imágenes de dolor, tristeza y muerte. Hechos de un pasado lejano que me traían intensos recuerdos de algo que nunca ha existido, pero sé que he vivido.


Recuerdo que una suave y, a la vez, agradable brisa pasaba entre ambos. Cuando la sentí supe que por fin podía avanzar. Intenté apartar el tejido, pues mi cuerpo, contrariamente a lo que le sucedía antes, me dejaba estar donde él. Cuando la tocaba se tornaba rígida, sintiendo aun la corriente de aire fresco, mientras de mis labios surgían palabras que no sabía por qué las decía.


-Déjame estar contigo por favor, es lo que más deseo en este mundo.- Le susurré suplicante, mientras brotaban de mis ojos lágrimas, que sentía ardiendo por mi faz cuando caían.


Una voz fuerte pero bella se oía debajo de la capucha, incluso diría que afligida.


-Aléjate de mí.- Suspiraba largamente haciendo una pausa antes de continuar- No te quiero herir más, no estarás sola te protegeré toda la eternidad con mi alma: siempre estaré contigo, mí…- Sus palabras se desvanecen junto a esa brisa.


Siempre que me dice esas dolosas palabras me desplomo hundida en un llanto que siento que no se apagará nunca. Mientras, él se agarra la capucha para bajarla aún más, se gira agachando la cabeza, y se marcha sin decirme nada más.


Tras esto siempre me despierto llorando. No creo que sea normal. No sé qué hacer.


Me observó seriamente tras apuntar en su libreta, la doctora. Mis manos temblaban. No soy una persona que suela ir a médicos, prefiero evitarlos, y mucho menos a psicólogos. Pero tras soñar durante tres meses siempre lo mismo, ya no sabía si me estaba volviendo loca.


Tras una sesión absurda, en la que decidí que no volvería a perder mi tiempo ni mi dinero con esa mujer, salí de allí para irme a casa a descansar y relajarme.


Me miraba en el espejo del ascensor pensando en lo que me prepararía de cena cuando me percaté que alguien encapuchado me miraba y le vi reflejado en el espejo. Del susto salté y el ascensor se movió estrepitosamente mientras se abrían las puertas: allí no había nadie.


Asustada, me lancé a las calles, que estaban oscureciéndose a causa de la puesta de sol. Noté inseguridad, como si me siguieran. En ese momento no sabía si estaba actuando como una loca, o realmente era verdad que no estaba sola, cuando de repente vi salir dos estelas negras de un callejón que se acercaban hacia mi cada vez rápidos a la par que mis pasos eran más veloces hasta llegar a correr. No veía nadie en las calles hasta que llegué a una zona concurrida, donde circulaban coches ya en hora punta. Nadie veía esas estelas y eso más miedo me daba. Terminé, no sé cómo, en un callejón, atrapada, asustada y sola.


Esos dos vestigios de humo comenzaron a tomar forma humanoide acercándose hacia mí, cercándome. De la nada apareció descendiendo, corriendo por una pared, un ser encapuchado de negro. Los extraños seres se percataron de su presencia cuando al llegar a ellos desenvainó dos katanas, de las cuales solo vi el brillo del corte en sus movimientos.


Luchó contra ellas de forma arriesgada, blandiendo el arma tanto para atacar como para parar los golpes hasta que en un giro inesperado les clavo sendas katanas en el vientre a estos extraños seres que se disolvieron en humo negro como la niebla cuando se despeja con el sol.


Con unos hábiles movimientos envainó las katanas en ambos lados de su cintura cada una en el lado contrario de la mano que la portaba.


Mientras, en el suelo y contra la pared del callejón, me encontraba aturdida por lo sucedido, llorando y temblando de miedo sin saber qué hacer. Casi instintivamente, levante mi mano derecha hacia él.


-¿Quién eres?- pregunte en murmullos con mi voz estremecida por el temor.


De debajo de la capucha, en la que sólo veía oscuridad que esta le brindaba, surgió su mirada, clavándola en la mía: unos ojos rasgados, resplandeciendo en un azul mar brillante que me conmovió el alma.


Tras ese breve gesto, dio un salto tan alto que se perdió ante mis ojos en la oscuridad del cielo, mientras en mi rostro caían, junto con mis lágrimas, las primeras gotas de una larga noche de lluvia en la que, entre el temor y mi sueño a la mañana siguiente, presentía que no podría moverme de la cama.

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