Capitulo Uno

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Capitulo uno: La llegada del ángel de los sueños:


Por la mañana, la brillante luz del sol que entraba por mi ventana iluminaba sutilmente mi habitación. Me había costado dormirme por la noche, pero lo conseguí. Cuando me desperté, estaba llorando, por ese sueño que me atormentaba cada vez más, como cada mañana desde hacía tres meses. Ni una sola noche de descanso, ni una sola mañana de tranquilidad.


Cuando enjugué mis lágrimas me di cuenta que ésta era una mañana distinta, pues pese a haberme despertado llorando, anoche el sueño había cambiado.


Recordé haber apartado la tela, no sé cómo, pero lo conseguí. Cuando comencé a caer en la cuenta de lo sucedido las lágrimas inundaron de nuevo mis mejillas, pero esta vez era diferente, aunque no sé la razón, lloraba de alegría.


Los confusos recuerdos del sueño se volvieron nítidos en mi cabeza. Antes de que la tela se tornara rígida, una fuerza interior que no sé de dónde surgió, hizo que lograra mover mi cuerpo y así correr hacia aquel misterioso muchacho. Mi ropa se tornó diferente e incluso me sentí más ligera, aunque el camino era más largo de lo que parecía en un primer momento.


Él se giró para marcharse, con las mismas dolorosas palabras de cada sueño, y fue justo en ese momento cuando pude alcanzarle y abrazarle por la espalda. Mi corazón latía furioso, mi aliento jadeante, mis manos estaban frías y temblorosas y mi rostro ahogado en llanto. Sentí estremecer, y que él también lo sentía, y por primera vez en mi vida, la felicidad en ese abrazo.


Sus manos se cerraron en torno a las mías con ternura y delicadeza, en un breve gesto, las besó suavemente, para luego soltarse y salir corriendo, perdiéndose en una profunda oscuridad. Volví a desplomarme, volví a llorar, volví a sentirme sola… como cada noche, como en cada sueño…


Aunque el resto del día transcurrió con normalidad, no dejaba de preguntarme si soñé o viví lo sucedido ayer. Esos dos extraños seres, ese chico que me llamó tanto la atención y que me salvó. Cada vez que pasaba por una calle oscura, o cerca de un callejón, temía todo lo que estaba a mí alrededor.


Salí con unos viejos amigos a tomar algo ya entrada la noche. Iba en el coche con uno de ellos y juraría haber visto a ese encapuchado observándome desde la salida de un callejón. Un escalofrió recorrió mi espalda hasta llegar mi nuca, estremeciéndome, pero cuando volví a mirar ya no estaba. Estaba segura de haber vuelto a ver aquellos extraños y brillantes ojos en la penumbra.


Llegué a mi casa algo bebida, o al menos lo suficiente como para notar que todo giraba a mí alrededor. Entré a tropezones y fui dejando un curioso rastro dónde pasaba: zapatos, bolso, blusa, falda…fui quitándomelo todo hasta que solo la ropa interior me separaba de la completa desnudez. Entré en el baño de mi habitación para asearme y me pareció haber visto una sombra en la ventana; pero no le di mayor importancia. Me lavé la cara y me mojé el cabello. Salí de la habitación secándome con una toalla, con intención de desnudarme y tumbarme en la cama para dormir cómodamente sabiendo que al día siguiente no tenía que ir a trabajar, cuando de repente quedé paralizada con la vista fija en un solo punto: sentado a los pies de mi cama, esperando que saliera del baño, estaba el misterioso chico.


La capucha le ensombrecía el rostro y aunque no podía verlo, sentía sus ojos clavándose en los míos. Tenía sendas katanas envainadas sobre la cama, una a su diestra y la otra a la siniestra. Sus manos, entrelazadas le tapaban la boca y mantenía los codos apoyados en las rodillas. Pese a mostrar tranquilidad, podía haber parecido amenazador, no sabía si era culpa del alcohol pero me pareció atractivo.


No grité, no hice absolutamente nada y aún hoy me sigo preguntando que hubiese hecho de haber reaccionado. Me quedé inmóvil, tan solo mirándole.


-¿Aún sueñas?- dijo casi en un susurro. Era una voz cálida y familiar.


Sorprendida por la pregunta solo pude parpadear y asentir rápidamente. Separó sus manos y las apoyó sobre sus rodillas. Pude ver un rostro de rasgos rectos y labios carnosos que dibujaban una leve sonrisa. De la capucha escapaban algunos mechones largos de color azabache.


-Sabía que cumplirías tu promesa, pero no pensé que durara tanto tiempo. ¿Ya sabes quién soy?- su voz estaba llena de ilusión, como la de un niño en el día de Navidad ansioso ante sus regalos.


-N… no… - dije de forma entrecortada- Ni sé quién eres ni qué haces aquí- fue justamente en ese momento, cuando de golpe recuperé mi cordura al darme cuenta, por fin, que me encontraba semidesnuda frente a un extraño, un intruso y además armado.


Me tapé torpemente con la toalla y cuando le volví a mirar sus ojos estaban completamente ocultos bajo la capucha, evitando mirarme directamente.


-Ya puedes mirar- dije avergonzada una vez ya tapada.


-Lo siento… no me había percatado de… eso…- dijo con bastante timidez.


¿Cómo a un hombre con ese aspecto de guerrero podía intimidarle una mujer en ropa interior? Me parecía una situación bastante cómica. No pude evitarlo y se me escapó una ligera risita.


-Si…- dijo un poco brusco por su parte. –Ya se nota que no me conoces. La magia que usaste ha debido borrar tu “otra memoria”- susurró más para sí que para mí.


-¿Perdón?- sorprendida por su afirmación- creo que no nos entendemos, tal vez te hayas equivocado de persona…


-Noa, huérfana, criada en el orfanato de Santa Milagrosa, llevas tiempo soñando, vuelves a soñar diría yo, pero eso no significa que vayas a recordar, me había equivocado en eso…- Mientras hablaba recogió sus armas y se dirigió a la puerta de la habitación, sin mirarme en ningún momento- Creo que ya es suficiente, nos volveremos a encontrar, ja ne quiero decir…–dijo mientras negaba con la cabeza- …hasta luego…


Inmovilizada y estupefacta, no sabía qué hacer; ¿Por qué me sentí tan mal en ese momento? Era como si me conociera de siempre, resumió mi vida en un instante; ¿tan poco he sido? ¿Eso es todo? Sin saber por qué, tal vez influyera el alcohol, solo puede hacer una cosa: llorar. Se iba, al igual que lo hacía aquel chico, cada noche en el triste y repetitivo sueño.


Me derrumbé de rodillas en el suelo, con las manos tapándome el rostro, ¿tan mal me sentía que no podía evitar hundirme delante de un extraño?


Sentí sus cálidas manos sobre mis hombros, le temblaban. Había dado la vuelta para consolarme y estuvo ahí hasta que deje de llorar, dejó de temblar poco a poco, y sin saber porqué me había calmado.


-Gracias…-le dije con la cara aun húmeda de mis lagrimas, las enjugué y me senté en la cama. Él simplemente me miraba desde el suelo en donde se había sentado.


-Me llaman Kurogane…pero puedes llamarme solo Kuro.


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-Suena bastante bonito Kuro…-intenté agradarle con mis palabras pero no conseguí mas que una mirada desconsolada, diría incluso que melancólica. -¿Puedo preguntarte algo? –Asintió con la cabeza sin cambiar nada en su rostro- ¿Por qué me conoces tanto? ¿Qué haces en mi casa realmente?


-Bueno…es difícil de explicar y eso a mí no se me da bien…-suspiró largamente permaneciendo unos largos e interminables segundos en silencio, pensativo- ¿Qué opinas de las reencarnaciones?


No pude evitar esbozar una amplia sonrisa. –Soy atea así que no creo en nada de eso.


-Curioso, pues eres una reencarnación, la primera vez que te reencarnas en cuerpo y alma.


Un largo rato duraron mis carcajadas aunque a él no le cambiaba el rostro. Cuando cesé de reírme fue cuando se levantó y se sentó a mi lado. En ese momento sentí como un escalofrío recorría mi cuerpo.


-Bien, ¿te has reído a gusto Noa? ¿O debería llamarte Nía?


Otra vez logró sorprenderme. Sólo ha habido una persona que me llamaba así, y era mi difunta madre.


-Está bien ¿Qué eres? ¿Un detective? ¿O de una cámara oculta? Te has pasado de la raya y eso no lo pienso tolerar, así que te vas marchando por dónde has venido- Me levante y le hice un gesto para que se marchara, señalando la puerta, pero no se movió de donde estaba- ¿estás sordo? Largo, fuera, venga…


-Nía, Princesa de la Cascada, ese es tu titulo ¿no?, pues bien yo soy Kurogane, Protector de la Casa de la Cascada. ¿Eso te suena princesa? No es solo un cuento, no es solo una historia que te contaban para dormir. Sé todo lo que ha pasado en estos años porque tú me lo has ido narrando, y estoy aquí para cumplir mi cometido, protegerte.


Sorprendida aún más si cabía. Se levantó y se acercó tanto a mí que podía sentir su aliento en mis labios. Intenté gritar pero mi cuerpo no reaccionó, y fue entonces cuando volví a ver esos ojos azules, ese brillo eléctrico que me hipnotizó.


Me vi en un bosque, oía correr el agua y me acerqué a un rio. Un poco más arriba había una cascada y fue ahí donde lo vi todo. Donde vislumbré la verdad: ahí estaba yo, con ropas orientales bastante lujosas, y él a mis pies arrodillado, con la cabeza baja. Entonces mi otro yo sé inclino y le tomó del mentón.


-Kuro Tenshi, mi ángel protector, no te arrodilles a mis pies, pues pese a que seas mi guardián, te aprecio más que a nada en este mundo. Levanta –sus ojos estaban iluminados, con una amplia y cálida sonrisa.


Se levantó y la abrazó. Suspiraba mientras acariciaba su cabello.


-Lo siento hime-sama, son muchos años de servidumbre- ella le agasajó con una caricia en su mejilla que le hizo sonrojar.


-Lo sé, y no es hime-sama, es Nía…- le corrigió, sonriendo dulcemente, muy enamorada, mientras el rostro del chico volvía a cambiar: eran felices.


Estuvieron un largo rato sentados en la hierba, abrazados, besándose y hablando como una pareja normal. Pude saber por lo que hablaban que ella era su dueña, una noble o algo por el estilo, y él un siervo, un simple guardaespaldas criado desde su niñez para protegerla.


Un sonido tras de mí me sobresaltó: era el Kuro que estaba en mi casa, conmigo.


-¿Lo ves?, eso sucedió hace más de mil años, más o menos un año después de empezar mi labor. Pronto nos enamoramos pero sucedió una tragedia y tu alma se reencarno varias veces hasta llegar al momento oportuno, cuando te reencarnaras también físicamente. Tú eres mi Ama, y yo soy tu protector. – entonces se arrodilló a mis pies, igual que en la escena que había visto en la cascada, y todo volvió a la normalidad. De nuevo estábamos en mi habitación, él ofreciéndome su vida, y yo atónita sin saber como reaccionar.

Introducción

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Kuro Tenshi

El renacer de los sueños

Introducción: Bajo tus alas negras:


Anoche tuve otra vez ese sueño y no sé cómo interpretarlo. Estaba ahí, como siempre, mirándome desde la distancia. No sabía si temerle o confiar en él. Me miraba cabizbajo, ocultando su rostro bajo la oscuridad de la capucha que tenia puesta.


Sé que no me podía acercar a él aunque quisiera. Mi cuerpo no me dejaba, no se movía, sin embargo mi corazón quería, lo necesitaba. Lo peor es que sentía cosas que nunca he sentido antes y eso me daba más miedo aún si cabía.


Entre ambos había una tela transparente en la que se reflejaban imágenes de dolor, tristeza y muerte. Hechos de un pasado lejano que me traían intensos recuerdos de algo que nunca ha existido, pero sé que he vivido.


Recuerdo que una suave y, a la vez, agradable brisa pasaba entre ambos. Cuando la sentí supe que por fin podía avanzar. Intenté apartar el tejido, pues mi cuerpo, contrariamente a lo que le sucedía antes, me dejaba estar donde él. Cuando la tocaba se tornaba rígida, sintiendo aun la corriente de aire fresco, mientras de mis labios surgían palabras que no sabía por qué las decía.


-Déjame estar contigo por favor, es lo que más deseo en este mundo.- Le susurré suplicante, mientras brotaban de mis ojos lágrimas, que sentía ardiendo por mi faz cuando caían.


Una voz fuerte pero bella se oía debajo de la capucha, incluso diría que afligida.


-Aléjate de mí.- Suspiraba largamente haciendo una pausa antes de continuar- No te quiero herir más, no estarás sola te protegeré toda la eternidad con mi alma: siempre estaré contigo, mí…- Sus palabras se desvanecen junto a esa brisa.


Siempre que me dice esas dolosas palabras me desplomo hundida en un llanto que siento que no se apagará nunca. Mientras, él se agarra la capucha para bajarla aún más, se gira agachando la cabeza, y se marcha sin decirme nada más.


Tras esto siempre me despierto llorando. No creo que sea normal. No sé qué hacer.


Me observó seriamente tras apuntar en su libreta, la doctora. Mis manos temblaban. No soy una persona que suela ir a médicos, prefiero evitarlos, y mucho menos a psicólogos. Pero tras soñar durante tres meses siempre lo mismo, ya no sabía si me estaba volviendo loca.


Tras una sesión absurda, en la que decidí que no volvería a perder mi tiempo ni mi dinero con esa mujer, salí de allí para irme a casa a descansar y relajarme.


Me miraba en el espejo del ascensor pensando en lo que me prepararía de cena cuando me percaté que alguien encapuchado me miraba y le vi reflejado en el espejo. Del susto salté y el ascensor se movió estrepitosamente mientras se abrían las puertas: allí no había nadie.


Asustada, me lancé a las calles, que estaban oscureciéndose a causa de la puesta de sol. Noté inseguridad, como si me siguieran. En ese momento no sabía si estaba actuando como una loca, o realmente era verdad que no estaba sola, cuando de repente vi salir dos estelas negras de un callejón que se acercaban hacia mi cada vez rápidos a la par que mis pasos eran más veloces hasta llegar a correr. No veía nadie en las calles hasta que llegué a una zona concurrida, donde circulaban coches ya en hora punta. Nadie veía esas estelas y eso más miedo me daba. Terminé, no sé cómo, en un callejón, atrapada, asustada y sola.


Esos dos vestigios de humo comenzaron a tomar forma humanoide acercándose hacia mí, cercándome. De la nada apareció descendiendo, corriendo por una pared, un ser encapuchado de negro. Los extraños seres se percataron de su presencia cuando al llegar a ellos desenvainó dos katanas, de las cuales solo vi el brillo del corte en sus movimientos.


Luchó contra ellas de forma arriesgada, blandiendo el arma tanto para atacar como para parar los golpes hasta que en un giro inesperado les clavo sendas katanas en el vientre a estos extraños seres que se disolvieron en humo negro como la niebla cuando se despeja con el sol.


Con unos hábiles movimientos envainó las katanas en ambos lados de su cintura cada una en el lado contrario de la mano que la portaba.


Mientras, en el suelo y contra la pared del callejón, me encontraba aturdida por lo sucedido, llorando y temblando de miedo sin saber qué hacer. Casi instintivamente, levante mi mano derecha hacia él.


-¿Quién eres?- pregunte en murmullos con mi voz estremecida por el temor.


De debajo de la capucha, en la que sólo veía oscuridad que esta le brindaba, surgió su mirada, clavándola en la mía: unos ojos rasgados, resplandeciendo en un azul mar brillante que me conmovió el alma.


Tras ese breve gesto, dio un salto tan alto que se perdió ante mis ojos en la oscuridad del cielo, mientras en mi rostro caían, junto con mis lágrimas, las primeras gotas de una larga noche de lluvia en la que, entre el temor y mi sueño a la mañana siguiente, presentía que no podría moverme de la cama.